"El directorio y la gerencia deben liderar la mejora en productividad de las compañías, actuando como role models, con sentido de urgencia y comprometiéndose con ella desde el principio".
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Por Gonzalo Larraguibel
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Gonzalo Larraguibel
Socio Fundador, Virtus Partners
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Ingeniero Industrial - Universidad de Chile
MBA - IESE Businees School, España
Más de 30 años de experiencia en consultoría estratégica y de alta dirección
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Durante los últimos 30 años, Chile ha logrado mejoras sustanciales en las condiciones de vida de sus ciudadanos, aunque aún tiene importantes brechas estructurales que le impiden aumentar su productividad. Entre ellas, su educación y formación de capital humano; infraestructura; marco regulatorio y solidez institucional para generar un ambiente de negocios más seguro, abierto y competitivo. Es más, a pesar de que las empresas más grandes son más productivas que las Pymes en Chile, si nos comparamos con el promedio OCDE, las primeras presentan una brecha bastante mayor con sus pares de otros países, la cual empeora en el caso de las compañías no exportadoras.
De acuerdo a la Comisión Nacional de Productividad, esto podría deberse al bajo incentivo que tenemos para innovar, dada la falta de competencia en el país. Una hipótesis que se ve respaldada en el último Informe de Competitividad Global del Foro Económico Mundial y la UAI, el cual señala que nuestro país tiene como principales debilidades su “Capacidad de Innovación” y “Adopción de TICS”.
Todo esto genera que el sector privado tenga un importante margen de maniobra para mejorar, innovando y optimizando la gestión de las operaciones actuales e incorporando nuevas tecnologías como analítica avanzada, automatización, inteligencia artificial y machine learning, entre otras. De hecho, numerosos estudios señalan que cerca de un 60% de las ganancias de productividad de los próximos 10 años provendrán de este driver.
Sin embargo, a pesar de que el impacto positivo de estas tecnologías en la productividad de las compañías es considerable, muchas son reticentes a implementarlas por su aparente alto costo y, sobre todo, por el desafío cultural que representa para sus líderes su adopción. Por ejemplo, la incorporación de nuevo talento, el re-entrenamiento de la fuerza de trabajo, transformar procesos y un cambio profundo de las formas de hacer las cosas. Es decir, abrir la mente y romper paradigmas, algo que los directorios y equipos ejecutivos no han abordado con suficiente convicción y velocidad hasta ahora.
Otra palanca posible de implementar rápidamente, que también requiere de un liderazgo disruptivo, es instalar una cultura de gestión enfocada en resultados, estableciendo metas de productividad desafiantes para todos los recursos utilizados y todos los colaboradores. En nuestra experiencia aplicando metodologías de productividad y eficiencia, hemos visto que muchas compañías aumentaron su EBITDA entre un 20% y 40% sin incurrir en inversiones significativas. Algo valioso en el contexto actual, donde las empresas están experimentando menores ventas, aumento del endeudamiento y restricciones de liquidez.
Es importante señalar que el directorio y la gerencia deben liderar la mejora en productividad de las compañías, actuando como role models, con sentido de urgencia y comprometiéndose con ella desde el principio. Sin embargo, para llevar la productividad y competitividad del país a niveles OCDE será necesario que los gremios, el gobierno y los poderes del estado también compartan esta visión y contribuyan de manera decidida a incentivar y sostener los cambios profundos que se requieren en las diferentes materias, todo esto con una mirada consensuada y una hoja de ruta de largo plazo.
Durante los últimos 30 años, Chile ha logrado mejoras sustanciales en las condiciones de vida de sus ciudadanos, aunque aún tiene importantes brechas estructurales que le impiden aumentar su productividad. Entre ellas, su educación y formación de capital humano; infraestructura; marco regulatorio y solidez institucional para generar un ambiente de negocios más seguro, abierto y competitivo. Es más, a pesar de que las empresas más grandes son más productivas que las Pymes en Chile, si nos comparamos con el promedio OCDE, las primeras presentan una brecha bastante mayor con sus pares de otros países, la cual empeora en el caso de las compañías no exportadoras.
De acuerdo a la Comisión Nacional de Productividad, esto podría deberse al bajo incentivo que tenemos para innovar, dada la falta de competencia en el país. Una hipótesis que se ve respaldada en el último Informe de Competitividad Global del Foro Económico Mundial y la UAI, el cual señala que nuestro país tiene como principales debilidades su “Capacidad de Innovación” y “Adopción de TICS”.
Todo esto genera que el sector privado tenga un importante margen de maniobra para mejorar, innovando y optimizando la gestión de las operaciones actuales e incorporando nuevas tecnologías como analítica avanzada, automatización, inteligencia artificial y machine learning, entre otras. De hecho, numerosos estudios señalan que cerca de un 60% de las ganancias de productividad de los próximos 10 años provendrán de este driver.
Sin embargo, a pesar de que el impacto positivo de estas tecnologías en la productividad de las compañías es considerable, muchas son reticentes a implementarlas por su aparente alto costo y, sobre todo, por el desafío cultural que representa para sus líderes su adopción. Por ejemplo, la incorporación de nuevo talento, el re-entrenamiento de la fuerza de trabajo, transformar procesos y un cambio profundo de las formas de hacer las cosas. Es decir, abrir la mente y romper paradigmas, algo que los directorios y equipos ejecutivos no han abordado con suficiente convicción y velocidad hasta ahora.
Otra palanca posible de implementar rápidamente, que también requiere de un liderazgo disruptivo, es instalar una cultura de gestión enfocada en resultados, estableciendo metas de productividad desafiantes para todos los recursos utilizados y todos los colaboradores. En nuestra experiencia aplicando metodologías de productividad y eficiencia, hemos visto que muchas compañías aumentaron su EBITDA entre un 20% y 40% sin incurrir en inversiones significativas. Algo valioso en el contexto actual, donde las empresas están experimentando menores ventas, aumento del endeudamiento y restricciones de liquidez.
Es importante señalar que el directorio y la gerencia deben liderar la mejora en productividad de las compañías, actuando como role models, con sentido de urgencia y comprometiéndose con ella desde el principio. Sin embargo, para llevar la productividad y competitividad del país a niveles OCDE será necesario que los gremios, el gobierno y los poderes del estado también compartan esta visión y contribuyan de manera decidida a incentivar y sostener los cambios profundos que se requieren en las diferentes materias, todo esto con una mirada consensuada y una hoja de ruta de largo plazo.
Durante los últimos 30 años, Chile ha logrado mejoras sustanciales en las condiciones de vida de sus ciudadanos, aunque aún tiene importantes brechas estructurales que le impiden aumentar su productividad. Entre ellas, su educación y formación de capital humano; infraestructura; marco regulatorio y solidez institucional para generar un ambiente de negocios más seguro, abierto y competitivo. Es más, a pesar de que las empresas más grandes son más productivas que las Pymes en Chile, si nos comparamos con el promedio OCDE, las primeras presentan una brecha bastante mayor con sus pares de otros países, la cual empeora en el caso de las compañías no exportadoras.
De acuerdo a la Comisión Nacional de Productividad, esto podría deberse al bajo incentivo que tenemos para innovar, dada la falta de competencia en el país. Una hipótesis que se ve respaldada en el último Informe de Competitividad Global del Foro Económico Mundial y la UAI, el cual señala que nuestro país tiene como principales debilidades su “Capacidad de Innovación” y “Adopción de TICS”.
Todo esto genera que el sector privado tenga un importante margen de maniobra para mejorar, innovando y optimizando la gestión de las operaciones actuales e incorporando nuevas tecnologías como analítica avanzada, automatización, inteligencia artificial y machine learning, entre otras. De hecho, numerosos estudios señalan que cerca de un 60% de las ganancias de productividad de los próximos 10 años provendrán de este driver.
Sin embargo, a pesar de que el impacto positivo de estas tecnologías en la productividad de las compañías es considerable, muchas son reticentes a implementarlas por su aparente alto costo y, sobre todo, por el desafío cultural que representa para sus líderes su adopción. Por ejemplo, la incorporación de nuevo talento, el re-entrenamiento de la fuerza de trabajo, transformar procesos y un cambio profundo de las formas de hacer las cosas. Es decir, abrir la mente y romper paradigmas, algo que los directorios y equipos ejecutivos no han abordado con suficiente convicción y velocidad hasta ahora.
Otra palanca posible de implementar rápidamente, que también requiere de un liderazgo disruptivo, es instalar una cultura de gestión enfocada en resultados, estableciendo metas de productividad desafiantes para todos los recursos utilizados y todos los colaboradores. En nuestra experiencia aplicando metodologías de productividad y eficiencia, hemos visto que muchas compañías aumentaron su EBITDA entre un 20% y 40% sin incurrir en inversiones significativas. Algo valioso en el contexto actual, donde las empresas están experimentando menores ventas, aumento del endeudamiento y restricciones de liquidez.
Es importante señalar que el directorio y la gerencia deben liderar la mejora en productividad de las compañías, actuando como role models, con sentido de urgencia y comprometiéndose con ella desde el principio. Sin embargo, para llevar la productividad y competitividad del país a niveles OCDE será necesario que los gremios, el gobierno y los poderes del estado también compartan esta visión y contribuyan de manera decidida a incentivar y sostener los cambios profundos que se requieren en las diferentes materias, todo esto con una mirada consensuada y una hoja de ruta de largo plazo.
Durante los últimos 30 años, Chile ha logrado mejoras sustanciales en las condiciones de vida de sus ciudadanos, aunque aún tiene importantes brechas estructurales que le impiden aumentar su productividad. Entre ellas, su educación y formación de capital humano; infraestructura; marco regulatorio y solidez institucional para generar un ambiente de negocios más seguro, abierto y competitivo. Es más, a pesar de que las empresas más grandes son más productivas que las Pymes en Chile, si nos comparamos con el promedio OCDE, las primeras presentan una brecha bastante mayor con sus pares de otros países, la cual empeora en el caso de las compañías no exportadoras.
De acuerdo a la Comisión Nacional de Productividad, esto podría deberse al bajo incentivo que tenemos para innovar, dada la falta de competencia en el país. Una hipótesis que se ve respaldada en el último Informe de Competitividad Global del Foro Económico Mundial y la UAI, el cual señala que nuestro país tiene como principales debilidades su “Capacidad de Innovación” y “Adopción de TICS”.
Todo esto genera que el sector privado tenga un importante margen de maniobra para mejorar, innovando y optimizando la gestión de las operaciones actuales e incorporando nuevas tecnologías como analítica avanzada, automatización, inteligencia artificial y machine learning, entre otras. De hecho, numerosos estudios señalan que cerca de un 60% de las ganancias de productividad de los próximos 10 años provendrán de este driver.
Sin embargo, a pesar de que el impacto positivo de estas tecnologías en la productividad de las compañías es considerable, muchas son reticentes a implementarlas por su aparente alto costo y, sobre todo, por el desafío cultural que representa para sus líderes su adopción. Por ejemplo, la incorporación de nuevo talento, el re-entrenamiento de la fuerza de trabajo, transformar procesos y un cambio profundo de las formas de hacer las cosas. Es decir, abrir la mente y romper paradigmas, algo que los directorios y equipos ejecutivos no han abordado con suficiente convicción y velocidad hasta ahora.
Otra palanca posible de implementar rápidamente, que también requiere de un liderazgo disruptivo, es instalar una cultura de gestión enfocada en resultados, estableciendo metas de productividad desafiantes para todos los recursos utilizados y todos los colaboradores. En nuestra experiencia aplicando metodologías de productividad y eficiencia, hemos visto que muchas compañías aumentaron su EBITDA entre un 20% y 40% sin incurrir en inversiones significativas. Algo valioso en el contexto actual, donde las empresas están experimentando menores ventas, aumento del endeudamiento y restricciones de liquidez.
Es importante señalar que el directorio y la gerencia deben liderar la mejora en productividad de las compañías, actuando como role models, con sentido de urgencia y comprometiéndose con ella desde el principio. Sin embargo, para llevar la productividad y competitividad del país a niveles OCDE será necesario que los gremios, el gobierno y los poderes del estado también compartan esta visión y contribuyan de manera decidida a incentivar y sostener los cambios profundos que se requieren en las diferentes materias, todo esto con una mirada consensuada y una hoja de ruta de largo plazo.
Durante los últimos 30 años, Chile ha logrado mejoras sustanciales en las condiciones de vida de sus ciudadanos, aunque aún tiene importantes brechas estructurales que le impiden aumentar su productividad. Entre ellas, su educación y formación de capital humano; infraestructura; marco regulatorio y solidez institucional para generar un ambiente de negocios más seguro, abierto y competitivo. Es más, a pesar de que las empresas más grandes son más productivas que las Pymes en Chile, si nos comparamos con el promedio OCDE, las primeras presentan una brecha bastante mayor con sus pares de otros países, la cual empeora en el caso de las compañías no exportadoras.
De acuerdo a la Comisión Nacional de Productividad, esto podría deberse al bajo incentivo que tenemos para innovar, dada la falta de competencia en el país. Una hipótesis que se ve respaldada en el último Informe de Competitividad Global del Foro Económico Mundial y la UAI, el cual señala que nuestro país tiene como principales debilidades su “Capacidad de Innovación” y “Adopción de TICS”.
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Sin embargo, a pesar de que el impacto positivo de estas tecnologías en la productividad de las compañías es considerable, muchas son reticentes a implementarlas por su aparente alto costo y, sobre todo, por el desafío cultural que representa para sus líderes su adopción. Por ejemplo, la incorporación de nuevo talento, el re-entrenamiento de la fuerza de trabajo, transformar procesos y un cambio profundo de las formas de hacer las cosas. Es decir, abrir la mente y romper paradigmas, algo que los directorios y equipos ejecutivos no han abordado con suficiente convicción y velocidad hasta ahora.
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Es importante señalar que el directorio y la gerencia deben liderar la mejora en productividad de las compañías, actuando como role models, con sentido de urgencia y comprometiéndose con ella desde el principio. Sin embargo, para llevar la productividad y competitividad del país a niveles OCDE será necesario que los gremios, el gobierno y los poderes del estado también compartan esta visión y contribuyan de manera decidida a incentivar y sostener los cambios profundos que se requieren en las diferentes materias, todo esto con una mirada consensuada y una hoja de ruta de largo plazo.
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